septiembre 07, 2011

HISTORIA DEL OJO




HISTORIA DEL OJO
Por Manuel Pereira
Fotograma de Un perro andaluz, de Buñuel.

En su película de 1902 Georges Méliès incrusta un cohete en el ojo de la Luna. Empieza así no sólo la historia del cine como gran espectáculo, sino también la biografía de los efectos especiales y el estreno en pantalla del género de ciencia ficción.

La Luna tuerta del francés reaparecerá 23 años después en El acorazado Potemkin. Durante la represión zarista en Odessa, una vieja grita horrorizada al ver el cochecito con un bebé precipitándose escaleras abajo. En medio del “montaje de atracciones” inventado por Eisenstein, la abuela recibe un balazo en el ojo y el lente ensangrentado de sus quevedos queda hecho añicos.

El vidrio astillado de la tuerta de Eisenstein resurge 45 años después en las gafas rotas de Dustin Hoffman en Perros de paja (Straw dogs). De la violencia zarista en la escalinata de Odessa pasamos al lente desbaratado de un intelectual acosado por la brutalidad rural. Todo lo cual nos remite de nuevo a la Luna tuerta de Méliès.

Estos vidrios estallando en la ficción alcanzarán su peor correlato en la realidad histórica durante la “Noche de los cristales rotos” (Alemania y Austria, 1938).

La imagen obsesiva del ojo -siempre ligada a la violencia- recorre la historia del Séptimo Arte. La vemos durante la secuencia de la ducha en Psicosis. Tras ser apuñalada, Marion Crane (Janet Leigh) rompe la cortina al caer. Súbitamente Hitchcock nos muestra la regadera, que es en sí misma un imponente ojo de agua. Aquí se desarrolla todo un juego entre el ojo de la muerta y el ojo del desagüe de la bañera que succiona velozmente el agua sanguinolenta.

Fotograma de Psicosis, de Hitchcock.
Ese orificio nos arrastra en un torbellino de insondables oscuridades, pero resulta que ese mismo remolino ya lo habíamos visto en otra película de Hitchcock: Vértigo. Con su pelo platinado recogido en un moño en forma de espiral, Kim Novak luce el mismo peinado que vemos en el retrato de Carlotta colgado en el museo. Esa voluta -sea de pelo o de agua- es una de las claves más inquietantes de la poética cinematográfica de Hitchcock.

Estos regodeos con los ojos también se remontan al Buñuel de Un perro andaluz cuando la navaja le corta el ojo a una mujer en reciprocidad con la luna cortada por una delgada nube afilada. Otra vez tenemos al ojo asociado con la luna. De nuevo la retina y nuestro satélite yacen cegados y segados, como en el filme de Méliès.

Buñuel reincide en esta obsesión ocular en La Edad de Oro cuando descubrimos que el protagonista (Gaston Modot) tiene un ojo ensangrentado. Aunque se ha dicho que es una alusión a los ojos arrancados de Edipo, yo sé que ese ojo herido es un guiño al ojo cortado de Un perro andaluz. Al igual que Hitchcock con sus cameos, Buñuel se cita a sí mismo en una mise en abyme.

En otra película del Maestro del Suspense (Spellbound traducido como Recuerda), una enorme tijera corta un ojo pintado en una cortina. Esa escenografía onírica es de Dalí, así que el homenaje a la Luna cortada de Buñuel -y por carambola a la Luna tuerta de Méliès- no puede ser más explícito.

Jean-Luc Godard retoma ese leitmotiv en las gafas de sol sin unc ristal que porta Jean-Paul Belmondo en una de las últimas secuencias de A bout de souffle. Una vez más ese cristal ausente significa violencia y parece anunciarnos la tragedia final que se avecina. Lo mismo sucede con las lentes astilladas del gordito Piggy en El señor de las moscas, de Peter Brook.

En 2001: Odisea del espacio, Kubrick abunda en ese ojo, sólo que ahora es una pupila panóptica o totalitaria. La mirada de la malvada computadora Hal 9000, ese ojo rojo con su iris amarillo, no sólo es capaz de ver hasta el último rincón de la nave espacial, sino que además puede leer los labios de los astronautas cuando susurran. Kubrick nos revela aquí un avatar del Big Brother orwelliano. En casi todas las portadas de la novela 1984, de George Orwell, aparece un ojo para transmitirnos la idea de vigilancia extrema.

Cuando Dave desconecta la computadora Hal 9000, y ésta canta moribunda “Daisy Bell”, el astronauta está haciendo exactamente lo mismo que hizo Ulises en la cueva del cíclope al quemarle el ojo a Polifemo con el tronco de un árbol afilado. Toda la película es homérica, y no sólo por la inclusión de la palabra “odisea” en su título.

Sin embargo, los cubanos no tenemos que padecer una computadora paranoica, ni estamos obligados a leer a Jeremy Bentham ni a Michel Foucault, para saber qué es el control totalitario. Cuba es una isla polifémica desde hace muchos años. No en balde allí se inauguró una cárcel con panóptico ya en tiempos del dictador Gerardo Machado.

El Presidio -mal llamado “Modelo”- que está en Isla de Pinos es un conjunto de ruinas circulares en cuyos centros se alzan torres de vigilancia. En los últimos cincuenta años, esos ojos ciclópeos han dilatado su ubicua mirada a todo el país.

La idea de una prisión modélica, donde el reo será rehabilitado y devuelto a la sociedad transformado en un “hombre nuevo”, tuvo su apogeo tropical en la provincia de Camagüey entre 1965 y 1968 con las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción): campos de concentración para rocanroleros, homosexuales, religiosos, hippies y todos los jóvenes que no se ajustaban al Lecho de Procusto de los utopistas. Toda utopía no es más que “procustopía”.


Éste será precisamente el tema de otra película de Kubrick. En La naranja mecánica reaparece el ojo en su expresión quizá más pavorosa. En un gran primer plano vemos el rostro de Alex con los ojos desmesuradamente abiertos. Las autoridades carcelarias, mediante unas pinzas, lo obligan a ver

Fotograma La naranja mecánica, de Kubrick.

imágenes con estridente fondo musical de Beethoven. Se trata de una de las muchas y torturantes terapias concebidas por los utopistas para cambiar la conducta de los individuos.

En la ya mencionada ficción orwelliana -desgraciadamente superada por la realidad en demasiados países-, el ojo del Big Brother se hace presente a través de gigantescas tele-pantallas, multiplicándose en la intensa propaganda del partido único y en sucesivos murales. Todo eso lo han vivido en carne propia tres generaciones de cubanos desde que nacen hasta que mueren. Ese ojo insoportable ya lo había profetizado Antonio Machado: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve”.

Lamentablemente un programa televisivo de difusión internacional con el mismo nombre (Gran Hermano) ha confundido a muchos eclipsando la noción original de la expresión Big Brother y frivolizando su escalofriante significación política. Estoy convencido de que un Marx resucitado modificaría su célebre frase para decir que el verdadero opio de los pueblos es la televisión.

Tanto en la novela distópica de Orwell como en la versión fílmica de Michael Radford, hay un cuadro en la habitación de Winston detrás del cual Julia sospecha que hay chinches. Pero lo que en verdad allí se oculta es una pantalla con el ojo del Big Brother que ha estado espiando a la pareja en la intimidad.

Cada palabra, gesto, suspiro o caricia han sido minuciosamente escudriñados y registrados. Ese ojo escondido los ha descubierto. Ahora el gobierno sabe que son disidentes y pronto irrumpirán los Policías del Pensamiento, vestidos de negro, para llevárselos presos.

Durante décadas, y sin necesidad de tecnología puntera, en Cuba hemos sufrido literalmente no sólo un Big Brother, sino también -últimamente- un Little Brother.

La variante cómica de tanto terror ocular la tenemos en La novia cadáver. En un momento dado, la muchacha muerta empieza a llorar y entonces se le escapa un ojo (¡blup!), que cae al suelo y rueda cual pelota de ping-pong. Al quedar tuerta, la palidez cadavérica de su rostro evoca la Luna de Méliès.

Obsérvese, de paso, cómo el apotegma de Poe -“La muerte de una joven hermosa es, sin duda, el tema más poético del mundo”- retorna a lo largo de las obras comentadas: en Vértigo, en Psicosis y ahora en Tim Burton.

Fotograma Blade Runner, de Ridley Scott.
También en Minority Report a Tom Cruise se le caen sus ojos originales que lleva en una bolsita tras una operación. Blade Runner empieza con un gran ojo que refleja los fulgores de la ciudad, sigue con ingenieros genéticos que fabrican ojos para replicantes, los asesinos matan hundiendo ojos con los pulgares, nos persigue el ojo incandescente de un búho...

Un cohete alucinante aluniza en un disco de plata e inaugura así una poética visual de larga descendencia. El cine se inicia con un cañonazo reventándole un ojo a la Luna y genera todo un linaje de ojos mutilados, lunas cortadas y espejuelos rotos.

Es como si, en un acto fallido colectivo, los cineastas sugirieran que la cámara -ese ojo de vidrio- es superior al ojo humano y, por tanto, éste ha quedado en desventaja a partir de la invención del cine.

Diríase que oímos un grito guerra: ¡abajo el ojo humano, mueran la córnea y el iris, ha llegado un nuevo ojo capaz de captar el mundo con mayor objetividad!

Tal fue justamente la teoría del “Cine-Ojo”, o Kinoki, del documentalista ruso Dziga Vertov. Él pensaba que había surgido una nueva verdad -la verdad cinematográfica- que el ojo humano no podía detectar. Si no la puede captar, ¿entonces por qué no cortar ese inútil ojo, por qué no triturarlo, destrozarlo, infligiéndole así una mutilación digna de la inferioridad de la especie humana en su fase pretecnológica?

El hombre de la cámara, de Vertov.
Nuestro ojo no puede hacer montajes, es incapaz de narrar acciones en paralelo, no puede hacer fundidos, ni ralentizar, ni acelerar. Por eso, para Vertov, la cámara es superior al ojo humano. De hecho, en su obra maestra El hombre de la cámara vemos un ojo dentro del lente como si estuviera prisionero o asfixiado, abrumado al ver tantas cosas al mismo tiempo. Ese ojo está asombrado, se revuelve como un pez desesperado dentro de una angosta pecera de cristal.

Por supuesto, el radicalismo de Vertov despide un tufo futurista, pues recuerda a Marinetti cuando afirmaba que un automóvil rugiente es más bello que la Victoria de Samotracia. Del futurismo se pasó al constructivismo ruso y, de ahí, al Realismo Socialista estalinista.

Este último “estilo”, hermoseado por la sagacidad artística del cubano Rostgaart, le dio otra vuelta de tuerca a todos los postulados anteriores llegando al colmo de la politización en un cartel donde vemos una cámara humeante.

La metáfora futurista-constructivista del ojo encristalado de Vertov adquirió en Cuba sus connotaciones más beligerantes. Fechado en 1969, el afiche de Alfredo Rostgaart muestra una cámara cinematográfica a guisa de cañón con el lente echando humo. La transmutación de la cámara en cañón ilustra al pie de la letra la consigna lanzada por Fidel Castro: “el arte es un arma de la revolución”.

Ese lema no difiere mucho de los exabruptos de Marinetti, pues significa que la propaganda política es más útil que cualquier obra de arte individualista y burguesa. Para decirlo pronto y mal, implica que un poster del Che es más bello que la Capilla Sixtina o cualquier verso de Rilke.

Ya la cámara no es el ojo que registra cada acontecimiento histórico -como proclamaba Vertov-, ahora es un cañón que dispara imágenes; ya no es un dispositivo pasivo, sino activo, que nos fulmina el ojo ideológico dejándonos intelectualmente tuertos. El ojo de la historia ha sido forzado a convertirse en ese cañón de futuro que supuestamente va matando canallas. De alguna manera, el cañonazo lanzado a la Luna por el Mago del Trucaje ha dado un giro de 180 grados en una especie de suicidio cultural.

En todos los sistemas teocráticos siempre parpadea un ojo vigilante. En Egipto fue el ojo de Horus -por cierto, un dios tuerto-, copiado más tarde por judíos y cristianos. “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos”, leemos en Proverbios.

Ese ojo de Dios ha transcurrido por diversas civilizaciones. Los masones también lo replicaron, como podemos ver en el billete de un dólar donde aparece estampada una pirámide con un ojo. Ese ojo arquitectónico es un panóptico que todo lo ve y nos devuelve al Egipto faraónico con su dios Horus.
El cíclope, de Odilon Redon.

Entre los nórdicos hay otro dios tuerto: nada menos que Odín, quien con su único ojo podía ver el destino de los hombres y el futuro de la humanidad. Algunos mitógrafos afirman que Hefesto (Vulcano) era tuerto o tenía un defecto en un ojo, quizá bizquera.

En Nepal hay santuarios con enormes ojos de Buda pintados. En la India muchos se marcan las frentes con arcilla representando así el tercer ojo de Buda. Los huicholes creen que el hijo de la Luna es un niño cojo y tuerto. La iconografía mochica en Perú nos depara una diosa tuerta asociada con la Luna.

En la imaginería religiosa de Cuba hay un ojo anterior a la revolución. En medio de la parafernalia de los altares caseros, ese ojo a veces sacaba una lengua atravesada por un puñal goteando sangre. De niño, yo veía esa imagen atroz por todas partes. Llegué a pensar que me perseguía. Talismán para evitar el mal de ojo o resguardo contra las malas lenguas, podía verse en las bodegas, en las viviendas, en los puestos de verdura, en las barberías...

Ese ojo aparece en la mejor película cubana (Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea) cuando una pareja de inspectores de la Reforma Urbana llega a casa del protagonista supuestamente para hacer una encuesta, o un inventario, que en realidad es un interrogatorio saturado de rencor clasista.

Ojo santería cubana.
Ante tantas preguntas, el protagonista empieza a preocuparse: “¿Y todo esto para qué es?”. En ese momento el ojo de la santería llena la pantalla con un letrero: “estoy cazándote”. Es la traducción cubana del “Big Brother is watching you”.

El ojo de la santería desapareció en los sesenta para transfigurarse en el emblema de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), como bien supo verlo Yoani Sánchez cuando de pequeña confundía ese logotipo con un enorme ojo vigilante situado en cada cuadra. En efecto, visto desde arriba, el sombrero ovalado del muñeco diabólico sería el ojo mientras que el machete en alto haría las veces de ceja.

¿Será que la vista nos engaña con estos efectos visuales? ¿O será que -como en una anamorfosis- nos revela un mensaje subliminar?

Después de la invención del cine, nuestra civilización tan frenéticamente óptica ha suplantado el ojo de Dios por el ojo de la cámara y, en el peor de los casos, por el ojo tenaz de las dictaduras.


(*) Publicado en Cubaencuentro, el 7 de Septiembre del 2011.
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9 comentarios:

  1. Pereira, como siempre, nos ilustra con su sapiencia y nos desborda con su imaginacion. Este bello articulo pone de manifiesto que la vision, quizas el mas preciado de los cinco sentidos, no solo sirve para deleitarnos con una vista del amanecer en el tropico o un atardecer apacible.
    Tambien sirve para vigilar y controlar a los seres humanos, repugnante mision de los
    Big Brothers que los cubanos llevamos mas de medio siglo padeciendo.
    Canon

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  2. Muy buen artículo que refleja la realidad actual, en la que las cámaras del cine han pasado de la ficción a la realidad, es decir, su incursión en la vida diaria de las personas han surgido como un arma de doble filo. Es como si hubiera 400 Dziga Vertov en cada ciudad del mundo grabando o filmando qué hacen sus ciudadanos. Una idea del Big Brother a la quinta potencia. El problema es quién está detrás de las cámaras.

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  3. Es muy buena la analogía que hace Pereira sobre la relación entre el ojo y la violencia. Es cierto que los ojos que todo lo ven, los vigilantes, siempre salen lastimados por los vigilados: Polifemo y Ulises, Hall 9000 y Dave, la misma Luna ha salido lastimada. Lo que quiero decir con esto es que tarde o temprano los vigilados terminan rebelándose, por ganas de ver lo que ve ese ojo (Viajar a la Luna en un esfuerzo Babélico) o por ganas de escapar del yugo de la mirada permanente.

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  4. Qué bien MP. Tú, siempre agudo: especulaciones espontánea del ensayista y mirada imaginativa del novelista. Me gustan tus analogía, eso del Presidio Modelo como ruinas circulares borgesiana da para mucho más. CARLITOS OLIVARES BARÓ

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  5. Excelente, maravilloso, investigado... Lo disfruté muchísimo!

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  6. Recordé las ventanas cual ojos vigilantes de la casa de los castradores que menciona Manuel en otro articulo.

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  7. Manuel qué interesante artículo, qué buenas recomendaciones me das para ver todas las películas que citas desde una nueva perspectiva.

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  8. Una vez más Manuel nos deleita con sus observaciones y asociaciones de lo que nos rodea y nos asecha. El ojo del escritor, crítico, observador siempre en sintonía con la realidad que hemos vivido y que como entrañable enemigo nos persigue. Gracias maestro.

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